FINAL PARA BARRO DE MEDELLÍN
A Camilo el libro le
gustó mucho. Cuando Andrés se lo pidió, él se lo quería dejar; pero, ¿cómo
permitir que el amigo leyese un libro y él mientras tanto no? Antes de
dejárselo le dijo que iban a robar alguna cosa que costara mucho dinero para
venderla y hacerse un par de fotos. Andrés lloró y le dijo que él no quería ser
un ladrón. Camilo, decidió que robaría botellas y que haría “figuritas” de
plástico con ellas. Cuando fueron a la estación a venderlas, un hombre muy
curioso se las compró todas, diciendo que se las daría a su hijo como recuerdo
de la ciudad. Camilo y Andrés fueron corriendo a hacerse las fotos a un lugar,
no muy conocido, así les saldrían más baratas. Entraron en un local mugriento,
desordenado y sucio, el dueño; estaba comiendo una bolsa de patatas fritas y
bebiendo KAS de limón de una marca barata y perrera.
Se hicieron las fotos
y fueron a la biblioteca a hacerse los carnés para poder sacar libros. Se los
dieron y empezaron a sacar libros, uno, dos, tres, cuatro… y así hasta perder
la cuenta. El plazo de devolución era de una semana. La semana siguiente uno,
dos, tres, cuatro… ¡igual que la pasada! Los niños disfrutaron mucho leyendo
los libros, además aprendieron muchas cosas: curiosidades de la vida, algunas
palabras que no sabía ni que existían, como funcionaban algunas máquinas y
aparatos.
Lo que más les gustó
es que ya sabían cómo funcionaban los trenes y los metrocables.
Así comprendieron que
la lectura era muy buena, y Andrés le propuso a Camilo volver al colegio. Pero
él no quería porque decía que solo los “polis” y la gente buena iba al colegio
y que además el colegio era para los “pringaos”, y que él no quería ni ser
bueno, ni ser poli, ni ser un “pringao”
Sin embargo, como
siempre Andrés le dijo lo contrario. Y ahora a Camilo, le tocaba lo peor
aguantar otra vez los llantos de su madre y del bebé y los gritos y las
bofetadas de su padre.
¡Otra vez en casa!
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